viernes, 6 de septiembre de 2019

Perdido en el barrio de Flores

El barrio de Flores tiene dos sub divisiones que generan una grieta profunda entre quienes nacimos ahi. Aquellos que nacimos de Rivadavia al sur, los del Bajo Flores, creemos que aquellos nacidos del otro lado de la vía deberían pertenecer a la Paternal. Su cultura se hermana más con la de ellos; deberían ser del bajo Paternal y dejarnos a nosotros el control moral de nuestra división administrativa.

Para ellos -supongo ya que no soy de allí- nosotros deberiamos formar parte del Alto Villa Soldati y así dejar de intentar pertenecer a la clase media porteña que no nos representa.
Nos tiroteamos mutuamente con falsas e incómodas ironías para hacernos notar que no pertenecemos.

- Yo vivo por Avellaneda y Boyaca - nos cuentan
- Ah, ¿y eso que es? ¿La Paternal o Villa Mitre? - les respondemos hábilmente

Creo que esta diferencia es la que provoca que la geografía conspire sin escrúpulos contra unos y otros. Los barrios hablan, tienen vida, nos realizan acciones, nos desafían y nos provocan. Es por esto que a mi el Alto Flores me vive atormentando; me engaña, me prepotea, me desorienta. Nunca logro acomodarme por ahi, ubicarme, guiarme. En un primer momento supuse que era parte de un impulso inconsciente por no querer aceptarlo como parte de mi vida; después entendí que es el propio barrio el que me detesta.

Hay días en que me encuentro paseando por Plaza Aranguren y al doblar por Avellaneda, ésta se convierte en Gaona y de frente me ensombrece el Policlínico Bancario; en otras oportunidades subo por Boyacá y cuando el semáforo de Neuquén se pone en verde me encuentro bajando por Nazca a la altura de Aranguren. Paseando por la Plaza de los Periodistas me aparecí en la Plaza del Ángel Gris sin entender bien cómo y el cruce de vías de Artigas siempre cambia de sentido cuando intento atravesarlo.

Mantuve hace poco una charla de cuarenta minutos acerca de un bar de la calle Seguí y Felipe Vallese que resultó estar sobre Bacacay casi en la esquina de Donato Álvarez. Estuve en ese bar toda la noche y al salir había cambiado de nombre y de dirección al igual que hace El Sol de Galicia que cada vez que lo necesito está emplazado en un rincón diferente del barrio.

En la guardia del Hospital Álvarez abundan las visitas de gente que está desorientada. Según me contaron algunos médicos, infinidad de personas ingresan creyendo estar en el Piñero y aluden que venían corriendo por Varela huyendo de la hinchada de San Lorenzo, otros cuantos preguntan que tan lejos queda el Durand, ya que les dan mala espina las enfermeras nacidas en el Alto Flores.

Incluso los oriundos de allí se desorientan; quizá el barrio no termine de reconocerlos o sospeche que en realidad son de Caballito. Hace poco conocí una persona del Alto Flores que no tenía muy en claro si vivía cerca del Patio de los Lecheros o Plaza Irlanda. A veces vive enfrente de la Plaza Aranguren; otras veces sobre la calle Andres Lamas a la altura de Franklin; incluso me pareció haber escuchado que lo hacía en cercanías de Carabobo y Rivadavia en un claro e infructuoso intento de querer pertenecer a este lado de la grieta.

A esta altura tengo la leve sospecha de que en esa zona abunda la gente pretenciosa y altanera. El barrio nos miente para pretender ser algo que no es y con esto no exagero para nada. No existe más que una sola plaza que cambia de lugar conforme nos vamos trasladando; la calle Mendez de Andes cruza dos veces la misma avenida; es bastante obvio que Donato y Boyacá no son arterias diferentes, y las chicas lindas que viven en ese sitio seguramente nacieron de este lado de la vía y se mudaron de muy jóvenes. Nosotros tenemos dos líneas de subte y no hacemos tanto alarde por eso.

Algo tenemos que reconocerles; eso si. La magia que nos invade cuando entramos al bar de la calle Seguí y salimos del de la calle Bacacay o esa maravillosa sensación que nos agarra cuando cruzando Plaza Irlanda en diagonal salimos a la esquina de Terrero y Avellaneda. Esas licencias creativas que nos regala el lugar valen lo suficiente como para seguir alimentando la grieta.


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