jueves, 13 de diciembre de 2018

Francia 98

La semana pasada me encontré una serie de stickers pegados en una ventana de la habitación que tenía en bajo flores. Fue la casa donde viví gran parte de mi infancia y toda mi adolescencia. Los sticker eran figuritas del mundial 98 y algunas entradas a recitales de rock de mi banda.

Francia 98 debe haber sido el mundial que viví con mayor intensidad. No por el resultado deportivo, ni por cómo jugaba el equipo. Tampoco por los jugadores, entrenadores, etc. Lo importante de Francia 98, lo que la hace distinta a las demás copas del mundo, era yo. Ese mundial era especial para mí; para nadie más que para mí. Tenía el album de figuritas completo, había dado vuelta 30 veces el jueguito de PC relativo a esa copa, conocía las formaciones de todos los equipos, me maravillaban los escudos, las camisetas, las canchas. Yo viví Francia 98 como si hubiera estado ahi; como si durante todo el tiempo que duró esa copa me hubiera trasladado mentalmente al evento.

Cuando el burrito Ortega cabeceó al arquero holandés yo tenía 10 años de edad. Demasiado chico como para entender que el fútbol es sólo un deporte y demasiado grande como para no acordarme 20 años después de los detalles.

En ese momento, o más precisamente cuando Denis Bergkamp nos dejó afuera, yo sentí que me habían robado algo que me pertenecía. Inmediatamente volví a vivir en el bajo flores, a ir a la escuela primaria, a tomar la chocolatada mirando Dragon Ball Z. Sentí la tristeza que sienten los que no pueden cumplir un objetivo que anhelan con mucha fuerza. Yo me sentía dentro del mundial y súbitamente me habían sacado; me habían cortado las piernas como al Diego en el 94. Por eso pegué todas aquellas figuritas en la ventana, porque ya no me interesaba cambiarlas, ni coleccionarlas, ni mirar los jugadores, cuanto medían, donde jugaban, que edad tenían. No me interesaba ver los escudos y maravillarme.

Para mi esa había sido la última oportunidad de ver a a Argentina campeón del mundo. Hoy si me pongo a pensar no puedo entender como para alguien que apenas se tiene 10 años esa era la última oportunidad pero estoy seguro que fue el sentimiento que tuve.

-¿ Y ahora hay que esperar 4 años?- recuerdo haberle preguntado a mi papá. En ese momento, al igual que ahora, 4 putos años me parecían una eternidad. Un tiempo que jamás pasaría. Calculo que por esto sentí que nunca iba a poder ver a mi selección levantar una copa. Si en lugar de ser 4 fueran 12 o 100 era lo mismo. Era una ventana de tiempo inimaginable. -¿Donde voy a estar en 4 años? - pensaba.

La final de Brasil 2014 fue un golpazo para mi y creo que para toda mi generación, los nacidos después de Mexico 86. Ahí sentimos de verdad que nunca ibamos a vernos campeones; más aún cuando las últimas copas las ganaron todos equipos europeos, sin embargo la situación me pegaba como un fracaso deportivo, que es como debería haberme pegado, y entendí que durante los 4 años que faltaban para la próxima cita iban a pasar un montón de cosas mucho más importantes que el mundial.

Cuando empezó el mundial de Rusia no tenía muchas expectativas; estaba seguro que no terminaría como yo quería, y sin embargo, en el momento en que Marcos Rojo entra por el primer palo y hace ese gol agónico contra Nigeria, ahi en ese instante, pensé que podía ser, que se podía dar. El sentimiento se hizo más fuerte cuando Di Maria clavó la pelota en el ángulo del arquero francés. El final de la historia lo conocemos. A esperar otros 4 años. 4 putos años interminables para volvernos a desilusionar. El dolor no era el mismo. Siempre que nos quedamos afuera siento que aquella tarde, cuando Ayala pasa de largo y el holandés cachetea con sublime displiscencia la pelota, fue el trago deportivo más amargo que me pasó por la garganta. La ilusión era muy grande, no por ellos, no por los jugadores; por mí. Yo tenía la ilusión de ser campeón y ver al Cholo Simeone levantar la copa en París.

Eso generan los mundiales, ilusiones, y creo que por eso tengo tantos recuerdos de Francia 98; porque cuando le rompes la ilusión a un nene de 10 años la herida es mucho más profunda que cuando lo haces con un tipo de 30. A un nene de 10 le duelen más las cosas, le cuesta más reponerse de lo que le hizo mal, le son más intensas las alegrías. Miro a aquel pibe que tenía todos los muñequitos de cabeza gigante de los jugadores y quiero abrazarlo y decirle que no es tan grave. Pero si lo es. Para un chico todo es más grave y más intenso.Lo mismo pasa en la vida, el fútbol, como casi siempre, es el mejor de los ejemplos.

martes, 11 de diciembre de 2018

La noche que me secuestraron

Ese domingo en que sonó el teléfono de mi casa a las 3 AM es el primer recuerdo que tengo cercano a la muerte.Yo tenía 15 años y me acababan de secuestrar unos malnacidos que querían dinero a cambio de mi vida. Me tenían maniatado en alguna cueva de la ciudad, con los ojos vendados. Me maltrataban, me gritaban, me insultaban, me humillaban.

El que atendió fue mi viejo. En un estado semi consciente alcanzó a escuchar, entre gritos y amenazas, mi voz del otro lado del teléfono. -Papa, ayúdame. Me tienen secuestrado!- gritaba yo desaforado. Mi vida dependía en ese momento de la buena voluntad de ese par de hijos de puta que me apuntaban con un 38 recortado y de que mi viejo pudiera conseguir los 400.000 dólares que necesitaba para el rescate. En ese momento mi vida valía eso; 400 lucas verdes. Hoy no sé cuánto vale la verdad,  no pude sacar un número más actual, pero calculo que con las sucesivas devaluaciones el monto debe ser mucho menor.

- Conseguí la guita porque lo quemo- gritaban del otro lado del tubo. Mi vieja, al escuchar el inicio de lo que parecía ser una negociación, comenzó a alterarse y le arrebató el teléfono de las manos a mi papá, que quedó pensativo a un costado de la cama. -Déjame hablar con El- le dijo imperativamente al malviviente. -Pablito sos vos?- Me pregunto con angustia. -Si mami, tengo miedo, me están apuntando- le respondí entre llantos. - No se donde estoy!-

Para ese momento la situación de angustia se había generalizado en toda la casa, incluidos mis hermanos que al escuchar los gritos se despertaron, anoticiaron y comenzaron a llorar angustiosos. Tras unos segundos, mi hermano menor, que siempre fue algo menos impulsivo, trato de contener las lágrimas para calmar a mi madre y evitar que le diera algo. - Tranquila ma, lo van a soltar. Solo quieren plata- le dijo sereno.

El fantasma Axel Blumberg todavía rondaba las casas de las familias de clase media así que llamar a la policía era la última de las opciones. Creo que ni siquiera entro en consideración. -400 lucas verdes. Conseguilas. Te llamo en 20  minutos. Te estamos vigilando. Si llamas a la policia o haces alguna boludes no lo ves nunca más a Pablito-. Al cortar el teléfono comenzaron algunas llamadas telefónicas y  requisas en cajones. Nadie tenía mucho para aportar pero todos parecían dispuestos a dar algo por mi vida. Unos minutos después, tras llamar a tíos y amigos, solo habían juntado 100 mil pesos, las 3 notebooks que teníamos en casa, 4 relojes caros y un puñado de alajas heredadas de mi tía Emilia.

El teléfono volvió a sonar y nuevamente fue mi papa el que atendió. -Tengo esto - dijo y comenzó a enumerar lo que habían podido recolectar. Del otro lado se sucedieron una serie de insultos y amenazas. - No alcanza!. Lo voy a matar!- dijeron y atinaron a colgar. Mi viejo, desesperado, le ofreció lo único que tenía a mano que era el auto. - Agarrá el auto, trae lo que juntaste y 100 lucas más. Es la última oportunidad.- Antes de cortar me miró, me apoyó el caño del revolver en la frente y me dijo - No juntaron un carajo. Vas a terminar muerto en un descampado.- y le dió indicaciones de donde dejar todo lo recaudado a mi papá.

Eran las 6 de la mañana y mi viejo estaba en un remolino de angustias. Primero pasó por casa de mis tíos para levantar unos fajos de billetes - Si, todo bien. No te preocupes - le dijo mientras corría de vuelta al auto; un rato después fue para lo de mi abuelo, a quien no le contó nada para que no se angustie y se llevó los relojes y algunos pesitos que tenía ahorrados para irse de viaje. La última parada fue en el taller de un amigo mecánico quien lo esperaba con una cajita en la mano - No hace falta, tengo que ir solo- le respondió al retirarse. Manejó unos kilómetros hasta el punto indicado y dejó todo lo que había podido recolectar en una bolsa negra junto a un cesto de basura. Miró para todos lados pero no alcanzó a ver nada extraño. Nadie se asomaba, nadie se acercaba. A lo lejos pasaba un patrullero. Se subió al auto rápido, asustado; no quería levantar ninguna sospecha.

Volvió a toda velocidad por la avenida. Mi vieja estaba al teléfono y al verlo entrar se lo pasó - ¿Con quien fuiste?- le grito el malnacido. - Con nadie, fui solo.- respondió - Ya tenés la guita flaco. No le hagas nada. Dejalo ir! - agregó tembloroso pero firme.

-No alcanza. Voy a buscarla y te llamo. Necesito más. Mirá que lo hago cagar!- Mi vieja se quedó muda cuando les cortaron el teléfono. Todo fue desesperación. Revisaron mentalmente una lista de amigos a los que podían pedirle algo más. No había nada, nadie a quien recurrir. -Encima es Domingo y los bancos están cerrados - agregó mi hermano del medio y recibió un pronunciado silencio. La suerte ya estaba jugada y todos los esfuerzos habían sido estériles. Todos permanecieron callados y tras unos segundos estallaron en llantos. Mi vida se había perdido. Miraban los portarretratos, rezaban a todas las estampitas que encontraban por la casa. Finalmente mi viejo tomó coraje y agarró el teléfono para llamar a la policía. - ¿Que haces Oscar?- le dijo mi vieja. - Estos hijos de puta seguro son policias-. agregó. - ¿Y que carajo querés hacer?. Tenemos que llamar- Mis hermanos miraban la situación desconcertados.

A las 8.00, después de 40 minutos de discusión abrí la reja de mi casa sano y salvo. La situación que viví al atravesar la puerta es uno de los recuerdos más intensos que tengo.
Todos me abrazaron con los ojos llorosos, incluida mi vecina doña María, que estaba clavada en mi casa porque había escuchado la discusión entre mis padres. Todos estaban felices, a todos les había vuelto el alma al cuerpo. Me habían largado. Se habían dado cuenta que tenían todo lo que podíamos ofrecer. Era libre de nuevo. -Que alegría. Que alegría! - decían y se secaban los ojos con la manga de la remera. Todos respiraban aliviados, era sin dudas el desahogo más grande de sus vidas. Me besaban una y otra vez y me decían cosas lindas.

Tomé un café en silencio mientras me acariciaban la cabeza, asentí todas las veces que me preguntaron si estaba bien, que no habrán sido menos de 30. Oí a mi vieja decir que no me preguntaran demasiado, por el estado de shock, que no me hicieran recordar esas horas de mierda.

Un rato después fuimos a la comisaría a hacer la denuncia. La alegría que tenían todos era hermosa. Me miraban de arriba a abajo como un nene que revisa un juguete nuevo. No quise interrumpirla ni hacerles pasar un mal trago así que no les conté que había llegado tarde por acompañar a una chica a su casa después del boliche. No me pareció necesario.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Fue su culpa

Mi amigo Sebastian carga desde hace varios años con el mal del insomnio. Sucede que desde el trágico mes de Julio de 2014 tiene una pesadilla recurrente. En ella un rubio petisito oriundo de Baviera llamado Mario Gotze infla la red del estadio Maracaná ante el tibio achique de Sergio Romero y el lento y cansino cierre de Fernando Gago, quién vuelve al trotecito. El sueño es muy habitual y lo despierta de madrugada con el pulso acelerado y una angustia insoportable en el pecho. -Es la culpa- le cuenta a su mujer que al principio se despertaba sobresaltada por los sollozos desgarradores que bramaba. - Fue mi culpa- se lamenta. Sebastian, que sabe mucho de fútbol pero más sabe de la vida, jamás pudo superar ese punzante sentimiento. Él sabe que fue su culpa. Nosotros - sus amigos-  aunque tratamos de consolarlo, sabemos que es cierto. Con el tiempo y para evitarle sufrimientos elaboramos una batería de excusas que expliquen el resultado final. Tratamos de maquillar el inexplicable error que tuvo comentando el mano a mano que erró Rodrigo Palacio o el trote cansino de Fernando Gago. Pero por más que le recordemos el tiro desviado de Higuaín en el amanecer del cotejo o que abordemos a confusas justificaciones basadas en el proyecto deportivo aleman no podemos evitar que se nos note la mentira. Fue su culpa, todos lo sabemos.

Sucede que habíamos colaborado desde nuestro lugar a ese equipo para que alcance el objetivo. Habiamos hecho todo lo correcto durante esa copa del mundo. El mismo lugar, el volumen en el mismo nivel, la misma bebida, los mismos asientos, las mismas personas, el mismo canal partido tras partido. Los mismos comentarios iniciales, los mismos comentarios finales. El -Bueno, hasta acá llegamos- que se repetía después de cada partido definitorio . Incluso el partido contra Suiza, que no pudimos ver juntos, se definió cuando nos mandó a los dos un mensaje de WhatsApp pidiendo un mate; episodio que provocaba invariablemente un gol de nuestra selección. No nos sorprendió el remate junto al palo de Angelito DiMaria, la explosión del grito de gol vino con ese sentimiento que tienen los DTs cuando se convierte un gol en una jugada preparada.

Entre otros necesarios rituales y ceremonias que practicamos hubo uno que era determinante. Casi que echaba por tierra todos los demás. Era crucial no traer a la mesa ningún Mufa. No se los mencionaba, no se contaba ninguna historia de ellos. Cuando llegaron los penales contra Holanda casi que no sufrimos, dado que todos borramos sin leer un mensaje que un amigo con dotes de piedra envió al grupo en común. La clasificación a la final fue una bocanada de oxígeno. Sentimos que en ese penal que Maxi Rodriguez convirtió con suspenso iba engarzado a la pelota el texto eliminado y nos sentimos satisfechos por la tarea realizada.- Te lo dije- se escuchó. Si leíamos estábamos afuera. Esa tarde en que la copa se definía Sebastian cayó al encuentro acompañado. -Lo trajo- le dije a Pato mientras cerraba la puerta. La imagen nos entristeció a todos, incluido Sebastian. Tuve muchas ganas de llorar durante la previa. Se nos acababa de escapar la posibilidad de ganar el 3er mundial. Vimos los 90’ en silencio, lamentando los goles errados y las situaciones inentendibles del fútbol, pero con la desesperanza de quien se sabe perdido. Antes del alargue, nuestro anti cábala amigo fue al baño y entre Pato y yo interrogamos a Sebastian con una mirada fulminante. -Me llamó por teléfono boludo!- susurró -¿Que querías que le diga?- . -Que te hagas el gil- le respondí. - Que lo veías con tus viejos, que tenías un compromiso. Hubieses inventado algo-. Cuando Mario Gotze infló la red del Maracaná ninguno de los tres habituales de esas citas atinó a decir nada. Ni un insulto ni un gesto ni un grito de dolor. El cuarto integrante de la mesa se deshizo en gritos, elevo insultos a los jugadores, al destino, a Dios y su propia madre. Incluso comentó la naturaleza mufadora del estadio. Nosotros no. Nos quedamos mudos. Desde el momento que Él entró por la puerta sabíamos que la final estaba perdida.

La semana pasada, en unas vacaciones por Barcelona, aliado de un guiño caprichoso del destino mi amigo se topó con Messi a la salida de un restaurant de la rambla. - ¿Le pediste una foto?- le consultamos, sabiendo del cholulismo que siempre lo caracterizó. -No. Le pedi disculpas - nos confesó. - Le conté la situación y le dije que por mi culpa se había perdido de ganar la copa- . Desde hace una semana Sebastian duerme tranquilo, en paz, tras recibir el perdón divino del capitán de aquel equipo. Desde hace una semana Lionel entendió por que no tiene esa medalla en su vitrina personal y dejó de lamentarse por el tiro libre desviado en el último minuto.



jueves, 15 de febrero de 2018

Rodeado de boludos

Estoy rodeado de boludos. Estamos rodeados de boludos.

Escuché, escucho y seguiré escuchando esa frase todo el tiempo. Para todos, todos somos boludos. Todos creemos que los demás son boludos. Todos creemos que salvo nosotros, el resto son, fueron o serán boludos.

El problema de todo esto es el factor de simultaneidad, si todos pensamos que todos somos boludos debe ser que todos somos boludos. Pienso, entonces, para que decir que somos boludos si todos lo somos. Somos lo que somos, boludos en definitiva, porque le aplicamos una connotación peyorativa a esa palabra. Si dijesemos "Estoy rodeado de personas" no cobraría mucho sentido, sin embargo si le encontramos sentido a decir que "Estamos rodeados de boludos".

En definitiva, escribo este posteo, después de un largo bache de ausencia, porque esta semana senti , como nunca antes, que estoy rodeado de boludos. En el trabajo, entre mis compañeros, entre mis amigos, entre mis vecinos... Por donde veo hay boludos.

Decir que son boludos es generalizarlo, para no caer en una especificación absurda. Digo son boludos para no decir que son imbeciles, ignorantes, giles, ventajeros, cancheritos, agrandados, egocéntricos, fracasados, inmaduros, infelices. Boludos, en definitva. Son boludos. Todos somos boludos de alguna u otra manera.

La conclusión a esto es simple. Si peino un poco más fino y trato de no contradecirme demasiado, pienso que yo también soy un boludo. Y como en realidad boludo no me creo, quizá no esté rodeado de boludos. Se entiende?.. En definitiva. Juzgar menos, tolerar más. Eso nos saca de la boludización. No es que estemos rodeados de boludos, es que somos intolerantes.


Bueno. Boludos también hay, para que negarlo si abrir los ojos nos arroja esa conclusión.
Quizá lo que abundan no son boludos ni intolerantes, lo que sobra son contradicciones.. y ganas de escribir.