Aquellos que tuvieron el honor de conocerlo afirman que Zeus
mantenía el orden natural del universo desde el trono más alto del Olimpo.
Controló la tierra durante milenios, impartiendo justicia y terror, como es la
costumbre de los Dioses.
Para asegurar un dominio total del actuar de las especies tuvo
infinidad de hijos. Asignando a cada uno una cuota de su poder favorecía sus
desempeños en detrimento del propio.
Tanto respeto impartía que aún en sus momentos de debilidad,
aquellos hijos que lo superaban en destreza mantenían su lealtad, movilizados
por el terror impartido desde el inicio de los tiempos.
Zeus, conocedor de las profesías, sabía que de menguar sus
fuerzas, sería uno de sus hijos quien lo destronaría, razón por la cual decidía
incrementar la cantidad de descendientes para llegado el caso, lograr que ellos
mismos controlaran sus odios y rencores.
A pesar de sus esfuerzos fue uno de ellos quien dió el zarpazo, comenzando el ciclo más turbulento de la historia divina. El centésimo
hijo de Zeus nació hombre, sin raíz divina ni poderes sobrenaturales. Los más
sabios estudiosos de la materia afirman que el último rastro de deidad quedó
perdido en su anteúltimo descendiente.
El hombre, tan mortal y frágil como cualquiera de nosotros,
nació sin culpas ni temores. Nació para iniciar el ciclo más nefasto de la
historia universal, el que todos hoy conocemos como el presente. Desde infante
decidió por propia voluntad desobedecer la tradición familiar y atentar contra la
idea del mando vertical con innovadores métodos de subversión. Rápidamente se
convirtió en el rey de reyes, el padre de todo lo conocido, sin necesidad de
demostrar nada a nadie sometió una a una a las especies otrora controladas
por su padre. Ningún poder más fabuloso que el de su propia razón y falta de
escrúpulos. Ningún poder más grande que la libertad.
Cuando la competencia con su padre fue inevitable planeó asesinarlo utilizando el método más eficaz que se haya conocido. Buscó ignorarlo, perturbarlo desde la indiferencia. Así el hombre que
había nacido hijo de Dios eliminó a Dios de la faz de la tierra. No conforme
con esto plantó falsas creencias y adoró a nuevas deidades de incomprobables proezas
y poderes.
Zeus, en un desesperado grito de dolor y afán de
supervivencia, asesinó uno a uno a sus hermanos, hijos y progenitores. Momentos
antes de que el hombre lo matara destruyó el Olimpo y abandonó el universo
conocido, dejando nuestro gobierno en nuestras propias manos.
Desde entonces la carrera del hombre sobre la tierra consiste
en repetir aquella primera hazaña. La subversión, la rebeldía, las
revoluciones. Este acto da inicio a un centenar de revueltas históricas libradas
en los últimos dos milenios, sostenidas hasta el día de hoy por aquel inicial
impulso parricida.
El hombre nació hijo de Dios con el único propósito de
matarlo. Todas y cada una de las veces que el propio hombre se sintió sometido
decidió truncar los planes opresores como aquella vez, en que para garantizar
su propio bienestar, destronó a quien le había dado la vida. Esclavo, hijo,
obrero, sometido. El hombre reina porque a rey muerto, rey puesto. El hombre
reina porque nació para controlar y no para ser controlado. El hombre reina
porque no permitió ni permite que nadie, ni siquiera otro hombre, controle lo
que Zeus no pudo.
"El Hijo de Zeus" Zorro 2017