martes, 14 de abril de 2020

La más hermosa

La primera en llegar fue Rosario. Se acomodó en una silla y desde lejos me regaló una sonrisa. Se la veía contenta, efusiva, bohemia, como siempre. Ella sabe, aunque lo disimule bien, que no está entre las candidatas a ganar, pero eso no le hace perder las esperanzas. Es preciosa, eso es innegable, pero la competencia es feroz y los jurados somos altamente exigentes, implacables diría yo. No se si algo le falta, definitivamente nada le sobra, el problema no es Rosario, el problema son las demás, que me hacen voltear a verlas a medida que van ingresando a la sala.

Poco a poco se fueron acercando todas; con la ilusión intacta, vestidas de gala y con regalos para mi. Me saludaban con cortesía, cada una a su manera, y trataban de endulzarme el oído con anécdotas vividas juntos. Todas querían ganar, todas querían el premio, todas buscaban el galardón para mostrarse de mi mano orgullosas, con la garantía de ser la más hermosa. Habían pasado horas y horas poniendose lindas para la competencia, algunas incluso, gastando dinerales que no tenían en vestidos de seda y sesiones de maquillaje. No faltaba la brillantina, el rouge, los sombreros, las pestañas postizas. Me sentí muy halagado de todos los esfuerzos que habían hecho para complacerme y eso me obligó a acercarme a cada una para agradecerlo.

Todas sabían bien que, a pesar de que el jurado era diverso y exigente, la única opinión que importaba era la mía. Yo decido quien gana y quien pierde y eso las obliga, aunque no quieran, a seguirme todo el tiempo con la mirada y fingir que pueden darme aquello que estoy buscando aunque no lo tengan, aunque les moleste hacerlo. Yo las recibía con dulzura, las escaneaba con la mirada y sonreía ante cada historia y cada regalo. Las quiero a todas casi que por igual, aunque tenga mis preferencias.

Florencia, tan chiquita y delicada como es, vestía de manera provocativa, algo que no le es propio, y consiguió asi llamar mi atención unos momentos. Tiene ligeras y delicadas curvas, no es tan exuberante como otras, pero sabe explotar sus virtudes tanto o más que las más llamativas, las más voluptuosas. Además, Florencia sabe bien que la belleza no pasa siempre por la cantidad si no por la calidad de lo que se posee y en eso, ella tiene ventaja. Es muy culta y su compañia te enriquece más de un rincón del alma.

Paris y Londres, dos de las grandes candidatas, se miraban con recelo, se odiaban en silencio y todos lo sabemos. El clima era tenso alrededor de ellas. Cada una tenía sus virtudes y sus defectos y no tardaban en hacerselos notar la una a la otra. Londres empleó su sutil acento británico; ese que siempre logró enamorarme, y me regaló un disco de los Beatles. Paris la acusó de tramposa, de apropiarse de la belleza ajena y apeló a mi costado más romántico mostrando una foto que nos sacamos hace unos años. -Te extraño tanto, mon amour- me confesó y logró que me sonroje, siempre logra eso; es su poder oculto.

Tokio, en cambio, permanecía ajena, en silencio, tratando de cautivar mi atención con sutil indiferencia y su vestido luminoso y llamativo. Cuando me acerqué a saludarla me hizo una breve reverencia y me dió un tibio beso en la mejilla. Tenia un traje de lentejuelas que encandilaba a cualquiera, incluso a mi, que no soy fácil de sorprender. Comparada con Tokio, las demás parecen grises, perdidas. Tokio resplandece de día y sobre todo de noche.

Madrid fumaba en un rincón, muy segura de si misma; no necesitaba demostrar demasiado. Madrid siempre supo que estaba entre mis favoritas y pensaba que solo con invitarme una caña tendría el concurso asegurado. Tenía su noche, inigualable, sus salidas a cenar y la gran ventaja de que yo la quiera como a una prima cercana. Estaba guapísima, como suele estarlo, y olía a un perfume dulce y seductor que provocó la rabia de Paris, quien la acusó a ella también de usurpadora. Madrid cruzó las piernas y me lanzó dos besos, uno por mejilla, antes de decirme con toda galantería, que me quería con el alma y sufría cada verano en que yo decidía no visitarla.

Del trance embriagador en el que me encontraba desperté con un ruido de congas y maracas. La Habana entró bailando; llena de vida y con un aura de delicada nostalgia. Es fantástica, aunque algo perdida en el tiempo, tiene el esplendor intacto de esos años de juventud que supieron conmoverme. Y empezó con su - Oye chico - y su caribe y su malecón y su floridita y su bodeguita y de los ojos salían rayos de sol que levantarían el ánimo de cualquiera. -Una copita de ron pa´aliviar las penas - me dijo y me sacó a bailar con una sensualidad demoledora y una sonrisa gigante pintada en medio de su precioso rostro. No entró sola, Lima, otra de mis favoritas, venía siguiendole los pasos. Hizo una mueca al verme y me dió, con total descaro, un beso en la boca.Traía de regalo un plato de ceviche de pulpo sobre el que me lancé sin dudarlo. Le agradecí y con complicidad me guiñó un ojo. Las demás no entienden que le veo, están celosas de que ella logre enamorarme con su humildad, su playa y sus ojos pardos.

En otra esquina del salón, esperando su momento, Edimburgo y Nueva York me saludaban. Nueva York brillaba, radiante como ella sola, se pintaba los labios de un rojo brillante mirandose en un espejo chiquitito mientras silbaba una tierna melodía de Jazz que me resultó familiar. Ella vive de noche, igual que yo, y usa aquello en su favor. Edimburgo, para mi sorpresa, no iba borracha. Se notaba que había bebido un Whisky antes de entrar y se mostraba atrevida y ligeramente desatada. Eso me sedujo y pareció notarlo cuando se acercó a darme un abrazo. Estaba hermosa, con su rojizo pelo enrulado y su tez blanca como el papel.

Comenzaron los bailes, la música, las copas, los platos, las luces, y asi fueron llegando Sevilla y Potosí, Bruselas y Roma, Liverpool y Montevideo, Barcelona y Amsterdam, Salta que entró cantando una zamba preciosa y Valencia que no paraba de sonrerir, y yo que me perdía entre sus ojos y su hermosura; las quiero a todas, me cuesta decidirme; como elegir entre tanto amor, como hacer a un lado tantas cosas vividas con ellas. Todas eran hermosas a su manera, todas merecían ganar; y yo que solo puedo elegir a una. Dificil tarea, estimulante si, pero muy dificil.

Sobre el final, cuando ya todas estaban acomodadas y yo me dirigía al estrado para anunciar a la ganadora, abrieron la puerta del salón. Todas voltearon al instante, algunas no necesitaron demasiado tiempo para darse cuenta quién había ingresado. Era Ella; la única. Ella, la más linda, la inigualable, la que siempre me seduce, la que siempre me enamora, la que está siempre en mis sueños y mis recuerdos, la que jamás finge ser algo que no es, la que nunca me decepciona. Se acercó al estrado, altanera y orgullosa como es, y me arrebató el trofeo de las manos. No necesita escuchar mi veredicto; sabe perfectamente que no tiene competencia. Sabe que ganó y que siempre va a ganar. Sabe que me puede, sabe que no puedo decirle que no. Buenos Aires me tomó del brazo y juntos, ante la celosa mirada de las demás, fuimos a comer una pizza a la calle Corrientes.