martes, 11 de diciembre de 2018

La noche que me secuestraron

Ese domingo en que sonó el teléfono de mi casa a las 3 AM es el primer recuerdo que tengo cercano a la muerte.Yo tenía 15 años y me acababan de secuestrar unos malnacidos que querían dinero a cambio de mi vida. Me tenían maniatado en alguna cueva de la ciudad, con los ojos vendados. Me maltrataban, me gritaban, me insultaban, me humillaban.

El que atendió fue mi viejo. En un estado semi consciente alcanzó a escuchar, entre gritos y amenazas, mi voz del otro lado del teléfono. -Papa, ayúdame. Me tienen secuestrado!- gritaba yo desaforado. Mi vida dependía en ese momento de la buena voluntad de ese par de hijos de puta que me apuntaban con un 38 recortado y de que mi viejo pudiera conseguir los 400.000 dólares que necesitaba para el rescate. En ese momento mi vida valía eso; 400 lucas verdes. Hoy no sé cuánto vale la verdad,  no pude sacar un número más actual, pero calculo que con las sucesivas devaluaciones el monto debe ser mucho menor.

- Conseguí la guita porque lo quemo- gritaban del otro lado del tubo. Mi vieja, al escuchar el inicio de lo que parecía ser una negociación, comenzó a alterarse y le arrebató el teléfono de las manos a mi papá, que quedó pensativo a un costado de la cama. -Déjame hablar con El- le dijo imperativamente al malviviente. -Pablito sos vos?- Me pregunto con angustia. -Si mami, tengo miedo, me están apuntando- le respondí entre llantos. - No se donde estoy!-

Para ese momento la situación de angustia se había generalizado en toda la casa, incluidos mis hermanos que al escuchar los gritos se despertaron, anoticiaron y comenzaron a llorar angustiosos. Tras unos segundos, mi hermano menor, que siempre fue algo menos impulsivo, trato de contener las lágrimas para calmar a mi madre y evitar que le diera algo. - Tranquila ma, lo van a soltar. Solo quieren plata- le dijo sereno.

El fantasma Axel Blumberg todavía rondaba las casas de las familias de clase media así que llamar a la policía era la última de las opciones. Creo que ni siquiera entro en consideración. -400 lucas verdes. Conseguilas. Te llamo en 20  minutos. Te estamos vigilando. Si llamas a la policia o haces alguna boludes no lo ves nunca más a Pablito-. Al cortar el teléfono comenzaron algunas llamadas telefónicas y  requisas en cajones. Nadie tenía mucho para aportar pero todos parecían dispuestos a dar algo por mi vida. Unos minutos después, tras llamar a tíos y amigos, solo habían juntado 100 mil pesos, las 3 notebooks que teníamos en casa, 4 relojes caros y un puñado de alajas heredadas de mi tía Emilia.

El teléfono volvió a sonar y nuevamente fue mi papa el que atendió. -Tengo esto - dijo y comenzó a enumerar lo que habían podido recolectar. Del otro lado se sucedieron una serie de insultos y amenazas. - No alcanza!. Lo voy a matar!- dijeron y atinaron a colgar. Mi viejo, desesperado, le ofreció lo único que tenía a mano que era el auto. - Agarrá el auto, trae lo que juntaste y 100 lucas más. Es la última oportunidad.- Antes de cortar me miró, me apoyó el caño del revolver en la frente y me dijo - No juntaron un carajo. Vas a terminar muerto en un descampado.- y le dió indicaciones de donde dejar todo lo recaudado a mi papá.

Eran las 6 de la mañana y mi viejo estaba en un remolino de angustias. Primero pasó por casa de mis tíos para levantar unos fajos de billetes - Si, todo bien. No te preocupes - le dijo mientras corría de vuelta al auto; un rato después fue para lo de mi abuelo, a quien no le contó nada para que no se angustie y se llevó los relojes y algunos pesitos que tenía ahorrados para irse de viaje. La última parada fue en el taller de un amigo mecánico quien lo esperaba con una cajita en la mano - No hace falta, tengo que ir solo- le respondió al retirarse. Manejó unos kilómetros hasta el punto indicado y dejó todo lo que había podido recolectar en una bolsa negra junto a un cesto de basura. Miró para todos lados pero no alcanzó a ver nada extraño. Nadie se asomaba, nadie se acercaba. A lo lejos pasaba un patrullero. Se subió al auto rápido, asustado; no quería levantar ninguna sospecha.

Volvió a toda velocidad por la avenida. Mi vieja estaba al teléfono y al verlo entrar se lo pasó - ¿Con quien fuiste?- le grito el malnacido. - Con nadie, fui solo.- respondió - Ya tenés la guita flaco. No le hagas nada. Dejalo ir! - agregó tembloroso pero firme.

-No alcanza. Voy a buscarla y te llamo. Necesito más. Mirá que lo hago cagar!- Mi vieja se quedó muda cuando les cortaron el teléfono. Todo fue desesperación. Revisaron mentalmente una lista de amigos a los que podían pedirle algo más. No había nada, nadie a quien recurrir. -Encima es Domingo y los bancos están cerrados - agregó mi hermano del medio y recibió un pronunciado silencio. La suerte ya estaba jugada y todos los esfuerzos habían sido estériles. Todos permanecieron callados y tras unos segundos estallaron en llantos. Mi vida se había perdido. Miraban los portarretratos, rezaban a todas las estampitas que encontraban por la casa. Finalmente mi viejo tomó coraje y agarró el teléfono para llamar a la policía. - ¿Que haces Oscar?- le dijo mi vieja. - Estos hijos de puta seguro son policias-. agregó. - ¿Y que carajo querés hacer?. Tenemos que llamar- Mis hermanos miraban la situación desconcertados.

A las 8.00, después de 40 minutos de discusión abrí la reja de mi casa sano y salvo. La situación que viví al atravesar la puerta es uno de los recuerdos más intensos que tengo.
Todos me abrazaron con los ojos llorosos, incluida mi vecina doña María, que estaba clavada en mi casa porque había escuchado la discusión entre mis padres. Todos estaban felices, a todos les había vuelto el alma al cuerpo. Me habían largado. Se habían dado cuenta que tenían todo lo que podíamos ofrecer. Era libre de nuevo. -Que alegría. Que alegría! - decían y se secaban los ojos con la manga de la remera. Todos respiraban aliviados, era sin dudas el desahogo más grande de sus vidas. Me besaban una y otra vez y me decían cosas lindas.

Tomé un café en silencio mientras me acariciaban la cabeza, asentí todas las veces que me preguntaron si estaba bien, que no habrán sido menos de 30. Oí a mi vieja decir que no me preguntaran demasiado, por el estado de shock, que no me hicieran recordar esas horas de mierda.

Un rato después fuimos a la comisaría a hacer la denuncia. La alegría que tenían todos era hermosa. Me miraban de arriba a abajo como un nene que revisa un juguete nuevo. No quise interrumpirla ni hacerles pasar un mal trago así que no les conté que había llegado tarde por acompañar a una chica a su casa después del boliche. No me pareció necesario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario