lunes, 10 de diciembre de 2018

Fue su culpa

Mi amigo Sebastian carga desde hace varios años con el mal del insomnio. Sucede que desde el trágico mes de Julio de 2014 tiene una pesadilla recurrente. En ella un rubio petisito oriundo de Baviera llamado Mario Gotze infla la red del estadio Maracaná ante el tibio achique de Sergio Romero y el lento y cansino cierre de Fernando Gago, quién vuelve al trotecito. El sueño es muy habitual y lo despierta de madrugada con el pulso acelerado y una angustia insoportable en el pecho. -Es la culpa- le cuenta a su mujer que al principio se despertaba sobresaltada por los sollozos desgarradores que bramaba. - Fue mi culpa- se lamenta. Sebastian, que sabe mucho de fútbol pero más sabe de la vida, jamás pudo superar ese punzante sentimiento. Él sabe que fue su culpa. Nosotros - sus amigos-  aunque tratamos de consolarlo, sabemos que es cierto. Con el tiempo y para evitarle sufrimientos elaboramos una batería de excusas que expliquen el resultado final. Tratamos de maquillar el inexplicable error que tuvo comentando el mano a mano que erró Rodrigo Palacio o el trote cansino de Fernando Gago. Pero por más que le recordemos el tiro desviado de Higuaín en el amanecer del cotejo o que abordemos a confusas justificaciones basadas en el proyecto deportivo aleman no podemos evitar que se nos note la mentira. Fue su culpa, todos lo sabemos.

Sucede que habíamos colaborado desde nuestro lugar a ese equipo para que alcance el objetivo. Habiamos hecho todo lo correcto durante esa copa del mundo. El mismo lugar, el volumen en el mismo nivel, la misma bebida, los mismos asientos, las mismas personas, el mismo canal partido tras partido. Los mismos comentarios iniciales, los mismos comentarios finales. El -Bueno, hasta acá llegamos- que se repetía después de cada partido definitorio . Incluso el partido contra Suiza, que no pudimos ver juntos, se definió cuando nos mandó a los dos un mensaje de WhatsApp pidiendo un mate; episodio que provocaba invariablemente un gol de nuestra selección. No nos sorprendió el remate junto al palo de Angelito DiMaria, la explosión del grito de gol vino con ese sentimiento que tienen los DTs cuando se convierte un gol en una jugada preparada.

Entre otros necesarios rituales y ceremonias que practicamos hubo uno que era determinante. Casi que echaba por tierra todos los demás. Era crucial no traer a la mesa ningún Mufa. No se los mencionaba, no se contaba ninguna historia de ellos. Cuando llegaron los penales contra Holanda casi que no sufrimos, dado que todos borramos sin leer un mensaje que un amigo con dotes de piedra envió al grupo en común. La clasificación a la final fue una bocanada de oxígeno. Sentimos que en ese penal que Maxi Rodriguez convirtió con suspenso iba engarzado a la pelota el texto eliminado y nos sentimos satisfechos por la tarea realizada.- Te lo dije- se escuchó. Si leíamos estábamos afuera. Esa tarde en que la copa se definía Sebastian cayó al encuentro acompañado. -Lo trajo- le dije a Pato mientras cerraba la puerta. La imagen nos entristeció a todos, incluido Sebastian. Tuve muchas ganas de llorar durante la previa. Se nos acababa de escapar la posibilidad de ganar el 3er mundial. Vimos los 90’ en silencio, lamentando los goles errados y las situaciones inentendibles del fútbol, pero con la desesperanza de quien se sabe perdido. Antes del alargue, nuestro anti cábala amigo fue al baño y entre Pato y yo interrogamos a Sebastian con una mirada fulminante. -Me llamó por teléfono boludo!- susurró -¿Que querías que le diga?- . -Que te hagas el gil- le respondí. - Que lo veías con tus viejos, que tenías un compromiso. Hubieses inventado algo-. Cuando Mario Gotze infló la red del Maracaná ninguno de los tres habituales de esas citas atinó a decir nada. Ni un insulto ni un gesto ni un grito de dolor. El cuarto integrante de la mesa se deshizo en gritos, elevo insultos a los jugadores, al destino, a Dios y su propia madre. Incluso comentó la naturaleza mufadora del estadio. Nosotros no. Nos quedamos mudos. Desde el momento que Él entró por la puerta sabíamos que la final estaba perdida.

La semana pasada, en unas vacaciones por Barcelona, aliado de un guiño caprichoso del destino mi amigo se topó con Messi a la salida de un restaurant de la rambla. - ¿Le pediste una foto?- le consultamos, sabiendo del cholulismo que siempre lo caracterizó. -No. Le pedi disculpas - nos confesó. - Le conté la situación y le dije que por mi culpa se había perdido de ganar la copa- . Desde hace una semana Sebastian duerme tranquilo, en paz, tras recibir el perdón divino del capitán de aquel equipo. Desde hace una semana Lionel entendió por que no tiene esa medalla en su vitrina personal y dejó de lamentarse por el tiro libre desviado en el último minuto.



No hay comentarios:

Publicar un comentario