En el coqueto barrio de Flores, más precisamente en las cercanías de lo que los lugareños denominamos "El Bajo Flores", existió cierta vez un hombre. Creo que se llamaba Ramirez, o quiza Fernandez, el nombre no viene al caso, aunque podría apostar un dedo a que se llamaba Ramirez.
El asunto es que este señor era una especie de oráculo, adivino o algo así y practicaba esta actividad a la par que se lucia en sus otras ocupaciones - ensayista, meteorólogo,poeta, periodista deportivo, médico, abogado, crítico de cine, ilustre oyente de música, especialista en medios audiovisuales y vendedor de diarios - que eran, especialmente la última, por la que mayormente lo reconocían.
Esta variedad de profesiones llevaba a circunstancias confusas y enojosas con las que se había acostumbrado a convivir. Por citar un ejemplo, recuerdo la tarde que, queriendo aconsejar a un muchacho que se había hecho un raspón en el pie derecho, lo instruyó en las mañas y cualidades técnicas necesarias para ser un volante central de esos que no abundan o aquella madrugada cuando, habiéndole consultado un vecino por la actitud a tomar frente al despido de su patrón, le dijo que se tomara un Ibuprofeno cuatrocientos miligramos e hiciera reposo por cuarenta y ocho horas.
Las viejas del barrio, los comerciantes que no tenían demasiado éxito en los negocios y los parroquianos habituales de los bares viejos y descascarados, gustaban de escuchar sus consejos y muy a menudo, le consultaban por decisiones a tomar, estrategias a seguir, negocios en los que apostar y minas a las que perseguir. Cabe destacar que don Ramirez acertaba en un gran porcentaje de las consultas, aunque a veces, quizá para destacar su colegiado lenguaje y su don de arte poética, daba consejos tan difusos que podían ser interpretados de infinitas maneras. Esta ambigüedad dialéctica le permitía desligarse responsabilidades y volcar en el consultor la responsabilidad de haber o no interpretado correctamente el mensaje.
La señora Jimenez cuenta, después de dos copitas de jerez y una ligera insinuación amorosa, que cierta vez le consultó sobre el futuro de su negocio de venta minorista de dulces, golosinas, cigarrillos y otros artículos, al que nunca dejó que nadie llamara quiosco.
Rescato de aquella charla:
- Le dije a Ramirez si convenía que dejara mi negocio y me pusiera un locutorio y me respondio: "Señora, si esparce miel en una tostada, lo más probable es que vengan abejas, pero también existe la posibilidad de que aparezcan hormigas, algún oso o inclusive un empleado postal, que siempre estan dando vueltas a la hora del mate." Entendí entonces que tenia que dejar mi negocio y ponerme una dietética. Me fundi tres meses después de haber reinaugurado. Fui a pedir explicaciones y solo me lleve insultos y groserias. Me dijo que yo era una estúpida y que no pensaba gastar más saliba en mi persona." - Me relato algo decepcionada, ligeramente deprimida y evidentemente molesta.
El viejo García - juez en conflictos de índole social, comunicador más que eficaz de semi informaciones del barrio, periodista aficionado sin medio de difusión y verdulero - opinaba frecuentemente que el bueno de Ramirez no era más que un charlatán, un pobre tipo con cantidades obscenas de tiempo ocioso que gustaba de brindarle consejos a los demás. Decia, como si esto fuera poco, que si fuese tan confiable como todos creían, no seguiría vendiendo diarios en el cruce de las avenidas Carabobo y Eva Perón.
Consultado ante semejante ofensa, Ramirez dijo desconocer al señor García y atribuyó esa expresión al chumserio habitual de peluquería de las viejas que quisieron arrastrarlo a la cama y no tuvieron éxito.
Es que el supremo consejero de Flores, como algunos solían llamarlo, se creía buen mozo, galante, seductor y dueño de un físico envidiable, y a menudo se le podía escuchar contandole a los parroquianos del bar "El manco" sus historias de romances con estrellas de la farándula nacional, prostitutas de la calle Ramon Falcón y mujeres de los comerciantes de la calle Varela.
Con el advenimiento del internet, la hiperinformacion y los medios que abusan de nuestra intimidad para decirnos lo que tenemos que pensar y lo que no, la gente dejó de interesarse en los consejos de Ramirez.
Dicen que el viejo murió dos semanas después de que ganara Alfonsin las elecciones del ochenta y tres, y a pesar de haber pasado el tiempo, la gente todavia piensa que al barrio le falta un consejero de confianza.
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